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Guayaquil visto desde su eterno amigo: El Río Guayas

domingo, 25 de julio de 2010

El bosque de manglar, presente desde las entrañas de Guayaquil (Por Gabriela Jiménez)


“Guayaquil no es más que un manglar con ínfulas de ciudad”. Es la primera oración de la introducción del tomo tres de la Guía Histórica de Guayaquil, de Julio Estrada Ycaza. La frase resume la historia de un sitio que nació en el cerro Santa Ana, allá por 1547, y que hoy es el cantón más poblado del país.

Población que llegó de todas las regiones a mediados del siglo pasado, allá cuando era un puerto de piratas, saqueos e incendios; allá cuando la fiebre amarilla acababa con familias enteras; allá cuando los esteros fluviales y el Salado eran los únicos límites; allá cuando las raíces de los mangles y el estero dominaban el entorno.
Guayaquil estaba casi cubierta por uno de los cinco ecosistemas más productivos del mundo, el manglar, considerado así por la comunidad científica internacional por ser un sitio de desove y permanencia de cientos de especies de peces, moluscos y crustáceos, así como de anidación de aves endémicas y migratorias, por la ausencia de depredadores.

Esta característica la comparte con las demás provincias de la Costa: Esmeraldas, Manabí, Santa Elena y El Oro, pero es en Guayaquil donde los esteros fluviales y el Salado dominaban largas extensiones de terreno.

Información de la Corporación Coordinadora Nacional para la Defensa del Ecosistema Manglar (C-Condem) refiere que de un total de 1.229 kilómetros de riberas abiertas ecuatorianas, 533 kilómetros estuvieron originalmente bordeados por manglares, y que históricamente este ecosistema ha constituido un pilar de subsistencia para las poblaciones asentadas en sus alrededores.
Los manglares son bosques de transición entre ecosistemas marinos y costeros. En Ecuador, los árboles que predominan son los mangles rojo, en sus dos tipos; negro, blanco, jelí o botón, jiñuelo y ñato. Todos presentes en Guayaquil, en mayor o menor proporción, y en diferentes épocas. Los mangles miden de 10 a 40 metros de altura, los más grandes ya solo quedan en Esmeraldas.

Nancy Hilgert, bióloga especialista en bosques de manglar y directora de la Escuela de Ciencias Ambientales de la Universidad Espíritu Santo, explica que este conjunto de naturaleza absorbe los sedimentos de los ríos, y las raíces aéreas (crecen fuera de la tierra) de los mangles están hechas para aguantar las inundaciones provocadas por el alza de las mareas. Además de atrapar dióxido de carbono y producir oxígeno mediante su vegetación.

En Guayaquil, ese entorno fue transformado. En la Guía Histórica presentan que existió una ordenanza que mandaba a talar el manglar, “por vía de la salud y para extender la población”, expedida en 1636 o 1637. Entonces, aquellos que habitaban esta tierra debían enviar a sus esclavos al menos un día a la semana para que rellenaran los esteros fluviales y cortaran las intrincadas raíces del mangle. Los que no tenían esclavos debían contribuir con una cuota de 4 reales a 2 pesos mensuales para el mismo fin.

El historiador Estrada Ycaza describe en su texto que no debería ser sorpresa que nuestros esteros y manglares hayan sufrido incomprensión crónica, pues eran españoles los que la ocupaban, provenientes de una tierra árida por excelencia, y a quienes las intrincadas raíces aéreas del manglar y la variada fauna les parecían peligrosas, sobre todo cuando los cocodrilos, llamados lagartos entonces, se apoderaban de un espacio para tomar el sol o digerir sus alimentos.

Poco a poco, la piel de Guayaquil se fue convirtiendo en sus entrañas. Los árboles de mangle fueron talados y las aguas sepultadas.

El arquitecto Guillermo Argüello, subdecano de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Guayaquil y estudioso de la historia arquitectónica de la ciudad, explica que los grandes troncos de mangle fueron usados para la construcción de edificios.

Él estima que la mayoría de las edificaciones de dos, tres y hasta cuatro plantas del suroeste de la ciudad, construidas antes de los años setenta, tienen como cimientos estos gigantes de la naturaleza, el mangle más alto del mundo, que alcanza los 40 metros y que aún existe en Esmeraldas.

Guayaquil se asienta sobre el bosque de manglar y aún puede atisbar su forma original a través del estero Salado, el sobreviviente de 28,08 km², ahora protegido por varios decretos que lo identifican como área de conservación, donde la tala y la explotación irregular están prohibidas, pero que sigue retorciéndose con cada nuevo desecho que enturbia sus aguas.

Pero Hilgert transmite esperanzas. “El manglar es tan maravilloso que lo único que necesita es una oportunidad. Si lo dejan de contaminar, se recupera solo”.

El ceibo, gigante que ayuda a equilibrar el ecosistema costero

Si extendemos los brazos, no importa lo altos que seamos, es imposible abrazar un ceibo adulto, su diámetro va de uno a dos metros, generalmente, pero se han registrado de hasta cuatro. Ni hablar de subirse por cuenta propia a la copa de uno de estos árboles gigantes, pues su estatura va de los veinte a cuarenta metros, y su tronco no tiene grietas para escalar.

El ceibo es un árbol típico del bosque seco tropical, que en Ecuador se encuentra distribuido principalmente entre Manabí, Santa Elena, Guayas, El Oro y Loja. Con mayor presencia en el Parque Nacional Machalilla y el cerro Montecristi, Manabí; Golfo de Guayaquil, isla Puná,
Cerro Blanco y en la Reserva Ecológica Manglares-Churute, Guayas; y en el suroccidente de las provincias de Loja y El Oro, en la frontera con Perú.

Dentro del bosque seco crece este gigante para mantener fijo ese suelo con sus enormes y fuertes raíces tablares (las principales sobresalen del suelo) y ayudar a la estabilización y control de la erosión de la tierra. Mientras, si se encuentra cerca de fuentes de agua, ayuda al mantenimiento y regulación del ciclo hidrológico, porque al almacenar líquido en su tronco en época de lluvias y filtrarla al suelo en etapa de sequía, conserva activo al suelo.

Pero para ser tan grande y fuerte, un proceso que le puede tomar hasta 100 años, debe protegerse. Lo hace desde pequeño. El ingeniero forestal Johnny Ayón, estudioso de la especie y parte del equipo de Fundación Pro Bosque, explica que uno de los principales mecanismos de protección que le permite al ceibo alcanzar su madurez es que en su estado juvenil, en la cuarta parte de los cerca de 150 años de vida que tiene, su tronco está totalmente cubierto de fuertes espinas cónicas, cortas o gruesas.

Lo hace porque al ser un árbol que retiene mucho líquido en su tronco, su madera es blanda, pero lo suficientemente fuerte para protegerse de los roedores que intentan rasgar su corteza. Con estas espinas evita que lo dañen en su proceso de crecimiento, para poder acoger las madrigueras de diferentes mamíferos, años después.

Con el tiempo, su tronco se ensancha en la mitad, parte que se convierte en casa de murciélagos frugívoros (que se alimentan de frutos), pero continúa su ascenso con su diámetro promedio, hasta que empiezan las ramas, en invierno cubiertas por abundantes hojas, grandes flores color rojo púrpura de aspecto aterciopelado y
pétalos blancos que pueden llegar a rosado.

Las ramas con formas diversas sirven de hogar a especies de aves, especialmente de las colembas, que tejen sus nidos colgantes en los extremos de las más altas para mantenerse alejadas de sus depredadores y ver nacer a sus crías.

Su fruto es una cápsula de color café oscuro, colgante, de donde brotan las semillas, que después son dispersadas por el viento. Lo que no se lleva la brisa es una especie de lana que nace entre las ramas y que suele ser recolectada para rellenar almohadas, generalmente, pero no se usa para tejidos, por ser de corta extensión.

Llega mayo y ese viento que dispersó sus semillas ahora se lleva sus hojas. El gigante decide desnudarse para ahorrar energía. “El ceibo es una de las pocas especies que realiza su proceso de fotosíntesis (convierte la energía luminosa en química) desde su tronco”, explica Ayón. El color verde de todas sus extremidades se lo permiten. Almacena agua y energía en cada centímetro de su corteza y deja ir sus hojas para mantenerse con vida hasta las próximas lluvias, añade.

El biólogo Eduardo Cueva, de la Fundación Naturaleza y Cultura, especializada en bosque seco de la región tumbesina (desde el sur de Esmeraldas hasta el norte del Perú), detalla que una de las principales amenazas de esta especie en Ecuador es la expansión de la frontera agrícola y el crecimiento de ciudades como Guayaquil, Machala y Portoviejo.
También dice que muchas de estas especies fueron destruidas cuando la caza de loros no estaba regulada y se procedía a atrapar de forma indiscriminada a esta ave que construía y aún construye sus nidos en este gigante.

Otra amenaza para esta especie ancestral, además del crecimiento urbano, es la expansión del área de sembríos de secano (en época seca), como el maíz, refiere el ingeniero forestal Juan Valladolid, de la estación de Olón de Fundación Natura. Él explica que el ceibo se ha salvado de la industria maderera porque su cuerpo es blando, a diferencia del guayacán, pero su tamaño representa una molestia para los agricultores de la zona costera que necesitan mucho sol para sus sembríos, o simplemente más espacio para producir.

Él lamenta que no existan ordenanzas municipales que prohíban la tala de ceibos, en cada una de las ciudades donde crece esta especie, porque si llegase a desaparecer, se eliminaría la principal característica del bosque seco, y estos espacios quedarían llenos de arbustos de mediano tamaño.
Cueva, especializado en la región tumbesina, resalta que esta especie es un gigante representativo de una región rica, de clima lluvioso durante cuatro meses y seco por ocho, donde la topografía diversa y la influencia de los vientos húmedos provenientes del océano Pacífico han generado que en Guayaquil, por ejemplo, se encuentre una amplia gama de hábitats, como manglares, matorral espinoso, bosques secos y bosque húmedo tropical.

En Guayaquil, donde antaño predominaba el bosque seco, algunos ceibos sobreviven entre el asfalto, y los ceibos adultos permiten que muchos citadinos intenten abrazarlos.

viernes, 23 de julio de 2010

Un poco de.....Guayaquil.

Guayaquil, cuyo nombre completo es Santiago de Guayaquil es una ciudad ubicada sobre la márgen izquierda del Río Guayas en la República del Ecuador y es la segunda ciudad en importancia del Ecuador luego de Quito, la capital.
Es una ciudad de aproximadamente 3'328.534 habitantes lo que la ubica como la ciudad con mayor densidad poblacional del Ecuador por encima de la capital Quito.
Su principal actividad es comercial debido a que es el principal puerto del país.
Es una ciudad que se desarrolla sobre una planicie por lo que su geografía es mayoritariamente plana, sin embargo hacia el oeste de la ciudad aparecen cerros como los de Mapasingue, San Eduardo, Bim Bam Bum, Bellavista, Cerro Azul, Cerro Blanco, etc.
El clima es húmedo la mayor parte del año. Presenta dos estaciones: el verano que va de mayo a fines de noviembre y el invierno desde diciembre hasta fines de abril.
La primera estación se caracteriza por cielos soleados, mayoritariamente despejados. Temperaturas de entre 37ºC como máxima y 20ºC como mínima. Ausencia de lluvias, aunque de vez en cuando se presentan ligeras lloviznas. La influencia de la corriente fría de Humboldt vuelve el clima fresco sobre todo en las noches y madrugadas.
El invierno por el contrario corresponde a la época mas lluviosa, con mucho calor y humedad.
Temperaturas de entre 39ºC y 30ºC y cielos parcial o totalmente ocultos por nubes de lluvia o nubes de tormenta.
La vegetación es mayoritariamente tropical. Compuesta por árboles de bosque seco, bosque lluvioso y árboles de sabana, palmeras de toda clase. Aunque hace calor es posible encontrar especies de climas fríos como Araucarias, cipreses, pinos entre otros, aunque de manera muy aislada en cultivos particulares.